martes, 11 de marzo de 2014

Capitulo 10 "Oscuridad" (Sujeto #1)



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Llegó diciembre. Pasamos las últimas semanas reuniendo todo lo que nos sería de utilidad para nuestro viaje a los túneles del metro. Revisamos cada trastero en busca de prendas de vestir adecuadas y cómodas, armas, botiquines etc. etc. Decidimos bajar cuatro personas, Carlos, Alfonso, Sara y yo, quedándose en el refugio Jose, Manuel, María y Alba. Hasta el último momento Alba intentó convencernos de que no saliésemos, que siguiéramos buscando por la superficie la comida y el agua tan necesaria, que bajar al metro era un suicidio seguro, pero todo estaba ya dispuesto. Si teníamos suerte encontraríamos un generador para, al menos, poder pasar este invierno sin morir de frío. Aparte de poder encontrar comida y/o supervivientes. Por fin llegó la mañana, decidimos salir el primer día del mes. Nos armamos con todo tipo de objetos. Aquella noche no dormí, me la pase rememorando y estudiando el plan paso a paso. Cuando despuntó el alba, me puse el traje de neopreno, luego por encima unos vaqueros cómodos, unas deportivas, camiseta de manga larga y sudadera. Cogí el arpón y baje a reunirme con los demás. Carlos se armó con una palanca de hierro, con la que abrimos muchos de los trasteros mientras que Alfonso llevaba la espada suvenir de boda la cual vi por primera vez en el arsenal que hicieron en la piscina, no sin antes pasar por un merecido afilado que llego a borrar la inscripción con el nombre de la pareja que contrajo nupcias. Ya nadie se acordaría de ellos. Sara se armó con un bate de baseball con un dibujo de una calavera con dos tibias cruzadas debajo dibujado por mí mismo. Llevábamos también ramas gruesas con ropa echa girones y un bote de alcohol para poder iluminarnos dentro del metro ya que las pilas escaseaban y la luz que daban las linternas eran demasiado pobres para abarcar la oscuridad que nos acecharía. María nos dio una mochila con provisiones, dijo que si la racionábamos bien nos duraría para dos días enteros. Que no nos arriesgáramos a seguir si no encontrábamos algo más de comida por el camino. Desayunamos todos en uno de los áticos. Fue un desayuno silencioso, nadie decía nada, la gente estaba tensa, triste, tenían miedo de no volver a vernos. Me despedí de Martina y Domingo y de los niños. También andaban por allí Marta y Sandra. Marta era hija de Carlos, la cual sólo veía fines de semana y vacaciones ya que éste estaba separado de su mujer. La pequeña se encontraba entre gente totalmente desconocida, ya que con las pocas visitas que hacía a la urbanización, no le daba tiempo a relacionarse con el entorno. Era bajita, morena, muy inteligente pero muy tímida. Normalmente estaba apartada de los demás, sumida en sus pensamientos. Siempre creí que aquella situación la había dejado trastornada y por eso no se relacionaba. Carlos estaba siempre pendiente de ella, pero Marta apenas hablaba y mucho menos con cualquier persona que no fuera su padre. Sandra sin embargo era alegre, con una personalidad muy picaresca, hija de Manuel y María. Tenía dieciocho años y desde pequeñita destacó por su cara dura y su desparpajo. Aquella mañana se la veía triste, como a los demás. Nos reunimos Sara, Alfonso, Carlos y yo en el vestíbulo y con nosotros bajaba Alba. Nos dio un largo abrazo a todos, siendo el de Carlos algo más prolongado. Tenía miedo… Como todos. Salimos del portal y a escasos cinco metros estaba la boca de metro. Mientras Carlos y Alfonso rompían los cierres metálicos con una cizaña Sara y yo vigilábamos el perímetro por si aparecían caminantes. La zona estaba demasiado tranquila. Diez minutos más tarde la boca del metro estaba abierta. Hizo un ruido ensordecedor por lo que nos metimos rápidamente en la estación. Cuando ya estuvimos todos dentro, Carlos cerró la puerta dejándonos en la más absoluta oscuridad. Prendimos las antorchas que preparamos en el refugio y nos dividimos en dos grupos: Carlos y Sara por un lado y Alfonso y yo por el otro. Bajamos las primeras escaleras que vimos y nos encontramos con la taquilla y los tornos del metro. Como era de esperar, había caminantes, y había muchos, pero no podían pasar por la barrera que hacían los tornos. Así que uno a uno, con el arpón, fui eliminándolos según se acercaban, hasta que había una pila enorme de cuerpos sin vida yacía frente a nosotros. Cuando nos aseguramos de que no había más Caminantes en el hall, saltamos los tornos y vi una máquina expendedora, destrozada, no quedaba nada para nosotros, solo un montón de cristales rotos y maquinaria destrozada. Nos adentramos hacia las entrañas de la estación. Bajamos las escaleras despacio, ya que escuchábamos gruñidos cerca. Poco antes de llegar al andén, vimos un grupo de Caminantes intentando subir las escaleras para darnos alcance. Esta vez casi no me dio tiempo a lanzar al arpón, ya que Carlos y Alfonso bajaron rápidamente golpeando con sus armas a aquellos seres. No quedó uno en pie, pero cuando entramos en el andén… En las vías de metro había cientos de ellos, sin poder subir al andén. No había tiempo para matarles a todos, ya que seguramente en el andén habría más criaturas. Pasamos con mucho cuidado y procurando no hacer ruido, los Caminantes apenas se dieron cuenta de nuestra presencia. El andén comunicaba en el otro extremo con la estación de tren. Recuerdo que allí había algunos bares y cafeterías así que fuimos derechos para allá. Subimos las escaleras y llegamos al hall donde se comunicaba la estación de autobuses, el tren y el metro. Había cientos de caminantes. Todo estaba infestado. Fue en ese momento cuando me di cuenta de mi error. ¿Cómo no pensé que estaría todo lleno de aquellas cosas? Además con poca luz… Aquello era un suicidio. Estaba a punto de decirles a los demás que volvíamos cuando comencé a escuchar un ruido en las vías del tren que poco a poco iba acercándose. En cuestión de segundos un tren apareció a toda velocidad por las vías que teníamos enfrente arroyando a todos los caminantes a su paso. No llegue a distinguir si lo conducía alguien o iba descontrolado, pero me dio esperanzas. ¿Y si no éramos los únicos? ¿Y si había más gente viva con la que seguir luchando? Aquello era una clara señal de que alguien mas había, un tren no se lanza solo a recorrer las vías de aquella muerta ciudad. Había que actuar rápido. El tren nos había dejado el camino libre para poder andar por las vías e investigar. Pero aún quedaba una complicación. Estábamos detrás de los tornos de salida del metro que daban paso a otra serie de tornos, en concreto los del tren. Desde nuestra posición podíamos ver unos de los andenes, pero entre ambos había al menos cuarenta o cincuenta caminantes. Eran demasiados para cuatro personas, sin contar los que estarían por la entrada de la estación de autobuses, situada a nuestra derecha. Ahí no había barreras y no podíamos divisar el pasillo que llegaba hasta las dársenas de autobús. Podría haber en total setenta o cien criaturas y no podíamos volver atrás con las manos vacías. Lo que pasó a continuación ocurrió demasiado rápido como para poder relatarlo con detalle. En un rápido movimiento, Alfonso me quitó la antorcha, pego un salto y pasó los tornos del metro. Comenzó a gritar y a adentrarse en la estación de autobuses, atrayendo a todos los espectros hacia él. Sara se quedó paralizada al contemplar aquella escena. Alfonso, nos gritaba que echáramos a correr hacia las vías mientras desaparecía por uno de los conductos que dirigía a la estación de autobuses, hacia las entrañas de la estación. Como si fuera un acto reflejo, agarre a Sara y cruzamos los tornos. Carlos nos seguía, esquivamos los pocos caminantes que se habían quedado a esperarnos y pasamos los tornos, en dirección a la vía donde acababa de pasar misteriosamente un tren aparentemente sin tripulación. Conseguimos subir a la segunda planta de la estación apenas sin problemas y buscamos rápidamente con la mirada algún lugar donde guarecernos y recomponernos. Se me ocurrió meternos en la cabina del vendedor de tickets, al menos para poder respirar, beber un poco de agua y no perder de vista la estación a través de la ventanilla de cristal. Cuando conseguimos entrar forzando la cerradura, Sara dejo caer en la silla. Carlos le pregunto por su estado nervioso, emocional, físico etc. etc., era un buen hombre y para él se podía decir que éramos sus hermanos pequeños. Yo, todavía en shock por el acto “heroico-suicida” de Alfonso me paré enfrente de la ventanilla, donde se sentaba el vendedor de billetes a ver pasar cada día cientos y cientos de personas. Por un momento la estación cobró vida de nuevo en mi mente, grandes focos blancos colgando del techo, personas que se dirigían a sus centros de trabajos, a sus casas, escuelas, universidades… Personas a las que no les colgaba un trozo de carne de la cara, que no intentaban comerte, personas… Recobré el sentido cuando escuchamos un ligero zumbido en la sala donde nos encontrábamos. Al principio pensé que podría ser una de esas cosas que estaban medio adormecidas y no se había percatado de nuestra presencia hasta ahora, pero no, esos gruñen no sueltan leves zumbidos. Habíamos perdido gran parte del equipo en la carrera por sobrevivir hasta donde estábamos, pero aún conservaba mi linterna dinamo, busque por toda la sala, con cuidado de no crear demasiada luz pues era un claro reclamo de criaturas. Carlos y Sara comenzaron a preguntarme que qué buscaba exactamente hasta que, en la esquina superior vi una pequeña cámara de vigilancia… Con el piloto de •REC encendido.