miércoles, 25 de septiembre de 2013

Capitulo 6 "Salidas nocturnas: Primera parte" (Sujeto #1)



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Por las noches, el grupo se dividía en cuatro, ya que cuatro eran los áticos de los que disponíamos. En dos de ellos hubo que forzar la cerradura y hacer arreglos para mayor seguridad, otro de ellos pertenecía a Carlos y el otro a Manuel y María (mas adelante os hablaré de ellos) Aquella noche me tocaba guardia, junto con Carlos, Manuel, Alfonso y Jose, los cuales os presentare más adelante. Cada uno guardábamos un par de entradas, delantera y trasera, y dábamos vueltas por nuestros pabellones. Por el día, algunos se dedicaban a salir a por ayuda, comida o mas supervivientes, llevábamos dos o tres meses en aquella situación y nadie había visto a ninguna otra persona fuera del refugio… Ni ayuda, ni aviones, ni helicópteros… Nada. Aún éramos bastante los que se ofrecían a hacer guardias por los bloques, y empezamos a entrar en las casas de los vecinos que o seguían dentro, o estaban muertos, como siempre, la segunda opción era la más factible. De esa tarea normalmente nos encargábamos Sara, Alfonso y yo. Alfonso fue militar en sus tiempos jóvenes y nos enseño a abrir puertas con una ganzúa, destornillador y un poco de maña… Tenía que ser una buena pieza este tío en su época, pero aquello nos ayudó a encontrar algo que aún conservo, inservible ya por el paso del tiempo, pero que guardo con nostalgia. Una cámara de fotos Polaroid, de revelado instantáneo, gracias a ella ahora puedo mostraros algunas de las cosas más impresionantes que llegaréis a ver, estoy seguro. La encontré en un tercer piso, del bloque B, en el que yo residía, estaba guardada en una vieja caja en lo alto de un armario, como reliquia que era, con su funda y un buen puñado de carretes sin usar. No me serviría para sobrevivir pero siempre me había gustado la fotografía, aunque, lo que llegue a fotografiar con ésta en particular… No era nada agradable. Pero esta es mi misión, haceros llegar el mensaje, haceros ver lo que pasó y como conseguimos llegar hasta donde estamos ahora, tenedlo muy en cuenta.
Los días cada vez se hacían más cortos, a las seis de la tarde era ya de noche y cuando no me tocaba guardia me subía al ático que me asignaba María, la mujer de Manuel. Esa noche nos tocó por casualidad (quiero pensar que fue simple casualidad) a Sara y a mí en el mismo cuarto. No tranquilos, no pasó absolutamente nada. De hecho nos hicimos inseparables, desde aquella noche, dormíamos en el mismo cuarto por sistema. Ella me fascinaba, no alcanzaba a entender como estaba tan tranquila, tan calmada, me transmitía esperanza y a la vez me rompía el corazón cuando la oía llorar en sueños llamando a su familia o a su novio. Se despertaba sobresaltada gritando muchas de las noches y me pasaba horas intentando calmarla. Hasta el alma mas fuerte a veces se deshace en mil pedazos, pero no me importaba en absoluto estar ahí para tranquilizarla. Una de las noches ocurrió algo fuera de lugar. Siempre dormía con un ojo abierto, una buena o mala costumbre, según por donde lo mires, que fui adquiriendo con el paso de las semanas, y después de mi primer encontronazo con cinco caminantes, comprenderéis que no era capaz de dormir a pierna suelta. Una de las decenas de veces que abría el ojo para comprobar que todo estaba en orden vi que Sara no estaba en su cama. Rápidamente me levante, me puse una sudadera, cogí la palanca de metal que me dieron para las noches de guardia y registre la casa procurando no despertar a nadie. Nada, todo el mundo estaba en sus habitaciones y no había ni rastro de Sara. Entonces decidí salir del piso… Puta locura ¿A quién coño se le ocurre salir en mitad de la noche con millones de esas mierdas rondando por ahí? Pues a mí, y a Sara claro. Por mi mente pasaban cientos de explicaciones posibles para su ausencia, pero ninguna lógica. Baje las escaleras (ocho pisos nada más y nada menos) con la palanca metida en el cinturón a modo de espada y la linterna de manivela en la mano. Al salir me encontré a Alfonso, uno de los que hacía guardia. Le pregunté si había visto a Sara y me dijo que no, que no había pasado ni un alma en toda la noche. Pregunte a Carlos, que estaba en la salida Norte (Los bloques y los pisos se dividían de la siguiente manera: Norte-“Bloque A”; Sur-“Bloque B”; Este-“Bloque C” y Oeste-“Bloque D”) Pregunté a los otros y no obtuve nada en claro. Si es cierto que había que abarcar bastante terreno entre sólo cuatro personas, y cabía la posibilidad de que se hubiera escabullido en algún vaivén de alguno de los guardas. No sabía por dónde había salido pero si como, estaba claro, todos teníamos llaves del portal y de las entradas traseras. En cada reja que rodeaba el patio había dos salidas por cada lado del cuadrado que era nuestra urbanización, así que pudo haber salido por cualquiera. Hasta que caí en la cuenta…
Su novio, esa era la razón, estoy seguro, cada noche gritaba su nombre en sueños y lloraba hasta volver a quedarse dormida… Tenía que ser él, ya que su familia podría estar en cualquier parte, en sus centros de trabajo, atrapados en algún túnel… Mil posibilidades. El novio en cambio vive cerca de nuestro refugio. Joder… Abrí una de las puertas, salí y la volví a cerrar con llave. Estaba todo muy oscuro, veía más bien poco, además esa noche no había luna, solo nubes. Me acerqué a la esquina donde estaba la pequeña tienda de ultramarinos, avancé hacia la derecha y me metí en el soportal de la farmacia, vi la boca de metro, con el cierre metálico echado. Y solo oía el viento y algún que otro aullido de caminantes. A simple vista había cuatro, tres en la carretera y otro en mi misma acera, un poco más abajo. Cogí la palanca de mi cinturón y sin pensarlo dos veces me lance a por él. Le clave la punta en el ojo, me aparté justo a tiempo para que no me salpicara el chorro de sangre virulenta que salió disparado hacia mi cara. Cuando dejo de convulsionar ya en el suelo, le extraje la palanca, la limpie un poco en su ropa y seguí mi camino. No sabía cuánto me llevaba Sara de ventaja, pero tampoco podría anda muy lejos, seguramente no iba armada.

viernes, 20 de septiembre de 2013

Capitulo 5 "Presentaciones" (Sujeto #1)




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 Debía de ser el mes de Noviembre, los árboles apenas tenían hojas y empezaba a hacer verdadero frío. Desde que empezaron a caer heladas, nos habíamos trasladado todos los supervivientes. Quedábamos 19 personas, perdimos a 4 hombres fuertes y valientes aquella fatídica noche que entro la pequeña Carol, ya transformada. Ya conocéis a algunos de nosotros: Carlos seguía al mando de la guardia y se encargaba de traer y almacenar los alimentos que tanto esfuerzo costaba encontrar. La pareja de ancianos, Martina y Domingo, Sara, mi inseparable amiga, pero, voy a presentaros algunos más:
Os voy a hablar de Alba. Alba es una mujer de 34 años, trabajaba en uno de los hospitales de la ciudad como enferma y llevaba 5 años felizmente casada.  Dio la casualidad que el “Día D” ella disfrutaba de sus vacaciones de verano, la llamaron del hospital para ir a ayudar, ya que estaban todos los centros de salud colapsados por el extraño virus que se propagaba por toda la ciudad. Tuvo la gran suerte de no poder ir muy lejos, ya que su marido se había llevado el coche y el transporte público hacia rato que había dejado de funcionar, intentó coger un taxi pero por poco le muerden en el cuello varios caminantes que había por la zona. Rápidamente subió a casa y cerró con llave. Estuvo intentando contactar con su marido para pedirle que volviera al hogar cuanto antes, pensando que allí estarían a salvo pero las líneas estaban colapsadas. Así que decidió, como todos los demás, quedarse en casa a esperar. Dos o tres días después del colapso, Carlos llamó a su puerta, eran vecinos y se conocían de las juntas y de algún encuentro ocasional en el ascensor. La sacó de su casa y se la llevó con los demás supervivientes al ático de Carlos, la zona más segura del edificio.  Alba, era una mujer alta, 1,76 más o menos, pelo rubio y ojos verdes, su cuerpo era un sinfín de curvas muy bien puestas, era una mujer atractiva, de esas que te hacen sentir pequeño cuando te pones a su lado. Tenía algo en la mirada que te quitaba la respiración, una voz agradable y tranquilizadora y eso queridos lectores, nos ha ayudado más de una vez cuando estábamos al borde del ataque de nervios. Aparte de ese don para tranquilizar, era enfermera y eso fue un golpe de suerte. Ella se encargaba del botiquín del grupo y de atender a los enfermos. Era una mujer fuerte y nos contagiaba su fuerza.
Ya os he hablado con anterioridad de Martina y Domingo, pero me gustaría profundizar un poco más en su historia. Ya sabéis como son los ancianos, les encantaba contar sus historias de juventud, y a mí y a Sara particularmente nos encantaba escucharles. Se conocieron cuando sólo tenían 12 y 14 años. Martina era la hija del alcalde del pueblo donde nacieron, su padre, también militar anteriormente, era un hombre rudo, de antiguas costumbres y tenía muy mal genio. Enviudó cuando al nacer su hija, la mujer falleció en el parto y se prometió a si mismo que siempre cuidaría de su querida hija, a la que llamó como a su mujer, Martina. La joven  Martina recibió una buena educación gracias a su padre, que era gente de bien, estudió en la escuela del pueblo y ahí fue donde conoció a Domingo, un rufián del campo que se dedicaba a escribirle cartas profesándole amor eterno, y si amigos, antiguamente cuando conocías a una mujer, te duraba para toda la vida, aunque estos dos jóvenes no lo tuvieron nada fácil. Después de la escuela, el padre de Martina la mandó a estudiar a la universidad de la ciudad, pero aun así, le prometió a Domingo que volvería para casarse con él. Y así lo hizo, estudió magisterio para poder volver al pueblo y dar clases en la escuela donde ella creció. Domingo había hecho grandes trabajos y era reconocido en todo el pueblo por las muchas tierras que poseía, así que teniendo 22 y 24 años, por fin pudieron casarse. El padre de Martina estaba totalmente en contra y se opuso a la boda, así que los jóvenes tuvieron que casarse a escondidas en la ermita del pueblo de al lado. Ya casados, se fugaron a la ciudad y comenzaron su vida como marido y mujer. 
Todos teníamos un papel en la pequeña comunidad que habíamos creado, Martina también ayudaba la mujer, a sus 86 años, enseñaba a los más pequeños lengua, historia y matemáticas, y Domingo nos enseñaba a plantar y a recolectar, lo cual nos ayudo a sobrevivir ya que pasados los meses dispusimos de frutas y hortalizas de semillas que encontraron nuestros valerosos hombres en sus salidas a por víveres. Aun así, Martina y Domingo tenían miedo no poder aguantar los duros inviernos, ya que a su edad, todo era más complicado para ellos. Se acercaba el frío y había que preparase bien, ya no había calefacción, no había calentadores, solo nos quedaba el fuego, y este, amigos, a veces no era un buen aliado…



miércoles, 18 de septiembre de 2013

Capitulo 4 "Sara" (Sujeto #1)


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CAPITULO 4





Después de aquella extraña noche todo cambió para mi (sí, más aún) Empecé a hacer guardias nocturnas con los nuevos vigilantes que, como yo, se ofrecieron voluntarios para cuidar el recinto por las noches. Me dieron una especie de palanca para defenderme y un par de cuchillos de cocina que llevaba guardados en un cinturón multiusos. Se me helaba la sangre cuando me tocaba pasar la noche de guardia vigilando. Entre las rejas se les veía, deambulando hacia Dios sabe qué, y de vez en cuando, alguno se acercaba hacia nosotros atraído por algún ruido. Las noches que no me tocaba guardia, las pasaba con Sara, jugábamos al ajedrez o a las damas, o contábamos historias de antes de la pandemia. Me contó que estudiaba psicología en la universidad de la ciudad, que en septiembre habría empezado su tercer año de carrera y que su familia había desaparecido. Me comentó también que tenia pareja, que vivía unas cuantas calles más al sur de nuestro barrio y que vivía con la esperanza de que siguiese vivo. Me dijo que me había visto unas cuantas veces por la urbanización, pero que le daba demasiado corte romper el hielo y comenzar una charla, además, por aquella época, antes del “Día D”, me figuraba que sería de esas típicas chicas de bien, con cientos de amigos con pasta, de discotecas de moda y vestidos de 100€. No era mi tipo, ni yo tampoco el suyo, así que tampoco había razón para hablar mientras subíamos el ascensor. Pero ahora que todos estamos al mismo nivel, poco importaba el dinero que tuviese, el nivel de vida y demás tonterías. Físicamente era espectacular, al menos para mi gusto, mediría alrededor de 1,65; pelo negro largo que habitualmente llevaba recogido con una coleta, ojos verdes como esmeraldas, manos finas y blanquecinas, como su rostro, tenía cierta gracia al hablar y ¡qué demonios! Era el puto apocalipsis, ¿Por qué no fantasear?
Cada noche a eso de las 10 si no tenía guardia me dejaba caer por casa de Sara o ella se dejaba caer por la mía, tenía una guitarra acústica y algunas noches me pasaba horas tocando para ella. Sus gustos musicales no coincidían mucho con los míos, pero le gustaba escucharme, nos pasábamos horas y horas sin hablar, simplemente ella escuchaba y yo sacaba notas de la guitarra. Cuando había muchas mierdas andantes cerca del perímetro de seguridad, en lugar de tocar la guitarra charlábamos, hasta el amanecer, me contaba que su padre era un jefazo de una compañía de automóviles en la ciudad y su madre, como lo iba a ser ella, era psicóloga. También tenía un hermano pequeño de 3 años, que haría 4 en Diciembre de ese año. La última vez que habló con ellos ya había cundido el pánico en la ciudad y se encontraban metidos en el coche, de camino a casa para recogerla y largarse de allí lo antes posible, pero, como en mi caso, su familia nunca llegó a casa. Estuvo encerrada en casa, llorando, intentando contactar con su familia y su novio, pero al final no había red, no había línea y no había electricidad. Decidió salir por la misma razón que yo, la falta de agua. Salió una semana antes que yo, se armó de valor y se acercó a la zona común, por aquellas todavía deambulaban caminantes por los pasillos y algunas escaleras, tuvo suerte de salir ilesa de aquella. Poco después el equipo formado por Carlos y los demás hombres (cuatro de ellos ya fallecidos en el incidente de la noche en que me hice vigilante) hicieron un barrido general por todas las zonas, imaginaos como quedaron los soportales… Algo así:

Aún quedan manchas rojas en el suelo y las paredes, pero todo resto “humano” por llamarlo de alguna forma fue quemado para evitar el contagio.
Pero volviendo a Sara; cuando se integró en la comunidad de supervivientes del bloque, se instaló en casa de Martina y Domingo, una pareja de ancianos que vivían en el octavo piso de uno de los bloques. Para ellos era como su nieta, las primeras noches la oían llorar y llorar, no pegaba ojo, se quedaba mirando el ventanal del salón de los ancianos noche tras noche, esperando a que llegara alguna cara conocida a rescatarla de toda aquella locura. Claro está, esperaba en vano. Poco a poco Sara fue familiarizándose con los demás, ayudando en lo que podía, pasaba horas con los más pequeños, ayudándoles a superar el vacío que habían dejado sus familiares porque pensándolo bien, todos éramos huérfanos en aquella situación. Pero cada día éramos mas fuertes, cada dia superabamos constantes contratiempos y nos dejabamos la piel por seguir con vida. Todos teníamos ese pequeño algo que nos empuja a seguir adelante, ese sentimiento de ánimo que nos ayudaba a levantarnos, y para mi claro está, ese algo se llamaba "Sara".

lunes, 9 de septiembre de 2013

Capitulo 3 "Rojo tristeza" (Sujeto #1)




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Era una noche especialmente fresca, se notaba que el verano estaba acabando y entraba el otoño, pero me pregunto -¿Importa eso ahora acaso?, ya no existe el tiempo, aunque, todavía llevo el reloj que me regaló mi padre por mis 16 cumpleaños, pero en realidad da igual la hora que sea…
Esa noche, me desperté sobresaltado por un ruido metálico, vi el reloj y vi que eran cerca de las 2 de la madrugada. Me levante de la cama y me acerqué a comprobar que mi puerta estaba bien cerrada. Los supervivientes que quedábamos aún dormíamos en nuestras casas, pasábamos el día juntos adecentando el lugar común para uso de todos, cenábamos en una gran mesa de madera que se colocó en el jardín del patio, ya que aún hacía buen tiempo. Las cenas se hacían eternas, nadie hablaba más de la cuenta, antes de irnos a dormir a nuestras casas, repasábamos las reglas en caso de invasión y nos marchábamos a dormir.
Después de cerciorarme de que todo estaba en orden, cogí los prismáticos y me puse a observar el perímetro. Parecía todo en orden, vi a dos o tres caminantes vagando por las calles principales y poco más, ya que sin farolas se hacía más complicado. Normalmente dormía bastante tranquilo ya que todas las noches había 4 hombres haciendo guardia por el perímetro.  Volví a oír otro ruido metálico procedente de mi bloque de pisos, abajo del todo, donde están las rejas que antiguamente servían para que no se colasen los yonkis en invierno a drogarse y apalancarse ahí, esas rejas que ahora tienen otra utilidad.
Intenté mirar con los prismáticos pero no conseguía ver nada, pero algo no iba bien. Me senté en la cama pensando en qué hacer, se me pasaron varias ideas por la cabeza, la primera de ellas; quedarme en casa y meterme en la cama, la segunda; ir hasta la casa de Carlos para avisar de los ruidos, y la última de todas; bajar yo mismo a comprobar que pasaba.
Nunca destaqué por mi sentido común, así que sin pensármelo mucho más, cogí una de mis guitarras eléctricas (si, ya sé que puede parecer un crimen, pero sin electricidad ya me diréis como iba a utilizarla) y bajé los 5 pisos que me separaban del portal. Abrí despacio la puerta que separaba las escaleras del rellano, con la guitarra cogida a modo de bate de baseball. No veía absolutamente nada, así que intentaba guiarme por el oído. A veces algún destello provocado por la luna reflejándose en algún cristal me permitía vislumbrar la sala. Con las prisas, no me llevé una linterna. Craso error. Pasé por el hall y abrí una de las puertas que daba a la calle donde se encontraba la parada de metro y la farmacia y me acerque a la reja justo para ver unas coletas rubias desaparecer por la esquina: Se me paró el corazón, -“Carol”- pensé.
Intente llamarla, a riesgo de atraer criaturas, pero tenía que comprobar que: primero; fuese ella, y segundo; que estuviera viva. No sé por qué mantenía la esperanza de que apareciesen cualquier día ella y su padre en la ventana de su piso. Hacía, no sé, un mes o algo menos que habían desaparecido y ahora de repente…  -Serían imaginaciones mías-  pensé en su momento, así que decidí darme la vuelta cuando oí otro ruido en el ala opuesta a donde estaba de la urbanización. Volví a alzar mi “arma” y crucé el patio hasta las rejas del otro lado y me encontré con una de las puertas metálicas que había intercaladas en las rejas. Daba bandazos provocados por las primeras brisas otoñales, haciendo chirriar las bisagras. Sin dudar pensé en ir a buscar a los hombres que hacían guardia cuando de repente oí un gruñido detrás de mí. Por un segundo me quedé paralizado, sabía lo que había detrás, sabía lo que me haría si no empezaba a correr perdiendo el culo a ponerme a salvo. Armé la guitarra cogiéndola por el mástil y dejando atrás de mi hombro el cuerpo de ésta, me di la vuelta mientras soltaba el golpe hacia el caminante girando sobre mi izquierda, atacando con todas mis fuerzas, cuando ya dado la vuelta frené en seco al ver a la criatura… Gracias a uno de los que hoy estamos vivos puedo recordar lo que me encontré esa noche, espero que el dibujo os sirva de guía para recrear la escena que viví, a mi desde luego, me sigue poniendo los pelos de punta… Ni que decir tiene que me dolió en el alma tener que reventarle una guitarra en la cabeza a esa pobre niña. Fue el primer caminante que "maté" por decir algo claro.
Pero no el último... Despues de sacar la guitarra, asitllada ya del cráneo de Carol, me dirigí a casa de Carlos a dar la alarma, ya no había rastro de los hombres que estaban de guardia y eso tenia pocas explicaciones, una de ellas claro está, es que ahora serían una de esas mierdas que muerden. Quizá el haber tenido que destrozarle la cabeza a aquella pequeña me hubiese cabreado hasta el punto de pasar de avisar al jefe y buscar a los guardias (o lo que quedase de ellos ) por mi cuenta. No deberían andar muy lejos, el recinto es grande pero no saben abrir puertas los muy imbéciles, eso me facilitaría encontrarlos.
El primero de ellos se acercaba hacia mi atraido por el sonido del golpe de antes, según se acercaba, cogí carrerilla y le estampe la guitarra de canto en la boca. Saltaron los dientes y noté como de paso rompía su nariz. Una vez en el suelo, le rematé con otro fuerte golpe en la cabeza. Ya sabéis, "Remata".
A los tres siguientes me los fuí encontrando a medida que avanzaba por el perímetro. Uno detras de otro, les hundí la cabeza y acabé lleno de sangre, la pinta de psicópata que debía de tener... Rápidamente despúes de acabar con ellos y dejarles fuera del recinto utilizando la puerta que estaba mal cerrada, subí a avisar a Carlos de las pérdidas de aquella noche, y de que, a partir de ahora, quería formar parte de la seguridad del edificio, y así fue como empezaría mi camino en la lucha contra estos seres...


lunes, 2 de septiembre de 2013

Capitulo 2 "¡SALIR!" (Sujeto #1)



CAPITULO 2
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Cada vez eran menos las personas que volvían a casa, y el día que más temía al fin llegó; apenas me quedaba comida y agua para sobrevivir… Ya os he contado lo reacio que era a salir, la puerta estaba echada con llave y cerrojo a pesar de que oía a gente subir y bajar, pisotones a todas horas, pero ¿quién me decía a mí que no eran ladrones? En fin, al final, salí. Miré por la mirilla antes de abrir la puerta, todo oscuro, pegué bien la oreja a la madera y no escuché ningún indicio de peligro. Parecía mentira… 7 años viviendo en ese edificio y no conocía a nadie, ya sabes, los simples “hola que hay” en el ascensor y poco más. El pasillo era más lúgubre de lo que recordaba, ayudándome con una de esas linternas de manivela con la que, la verdad, no veía más allá de mis pies, lo poco que pude ver del pasillo era que había manchas de sangre en las paredes y el suelo. Los ascensores por supuesto inutilizables y pensar en bajar 5 pisos a oscuras con aquellas cosas por ahí rondando…  Pero bueno, ya era hora de conocer a mis queridos vecinos.
El primer encuentro fue… ¿Cómo decirlo? Algo “brusco”. Lo primero que vi fueron 4 hombres protegiendo las entradas al recinto, dos puertas traseras y dos delanteras, aparte de la puerta del garaje, que estaba fuertemente cerrada y sin electricidad… Complicado de abrir. Me asaltó un hombre a los 3 segundos de pisar la zona común, que venía a ser un jardín comunitario.
La zona donde estábamos residiendo como antes he dicho, era un bloque de cuatro pisos con un patio en común, todo rodeado de una verja metálica y fuerte que nos mantenía a salvo. En el centro del patio había un jardín y una piscina comunitaria, que acabamos usábamos para guardar comida, armas y víveres. No tranquilos, no penséis que teníamos ametralladores, bazucas o granadas, nuestras armas eran cuchillos, palancas y hasta me pareció ver una espada de esas con las que los novios cortan las tartas en las bodas... Parece de risa ¿verdad? Pues más adelante os contaré la historia de esa espada...
Después de contarle mi confinamiento al señor que tenía puesto su cuchillo en mi garganta, y de enseñarle las extremidades de mi cuerpo y el tórax para cerciorarse de que no me habían dado un mordisco y estaba infectado, me presento al resto de las personas que a partir de ese día, serían mi familia.
Quiero hablaros de la pequeña sociedad que creamos, por así decirlo, los supervivientes y yo. Éramos unas 23 personas, al mando,  estaba Carlos, un hombre de unos 37 años de edad, con mas cojones que todos los demás juntos, era un líder nato, tenía siempre la mente despejada y fría, listo para cualquier tipo de inconveniente, por grande que fuese. Carlos junto con otros 6 hombres más salía cada mañana arriesgando sus vidas para conseguir víveres, almacenarlos, y poder resistir lo máximo posible. Había 11 mujeres y 12 hombres, contando niños y niñas y ancianos.

Lo primero que hicimos los demás supervivientes del bloque de pisos y yo fue picar los primeros escalones del portal, hasta una considerable altura, ya que hacía años leí un libro que por aquella época se denominaba ciencia ficción, y que, sin saberlo, me ha ayudado a seguir vivo y a poder contaros esto. Los caminantes no pueden subir escaleras, su cerebro (o lo que queda de él) no puede afrontar ese "desafío", otra cosa es que se caigan sobre los escalones y se arrastren hacia arriba, o se apilen los cadáveres y se haga una especie de rampa, así vi morir a una persona, confiándose de la estupidez del caminante, al final logró atrapar su presa. Así que ahora, el primer escalón, esta a casi un metro de altura, lo cual nos protegía, o eso pensábamos, pero ya os contaré más adelante cuál fue nuestro error.
De momento me sentía a salvo, tranquilo y lo más feliz que se podía ser viviendo aquella situación, pero ahora al menos, había personas con las que hablar, personas con las que compartir el día a día y era reconfortante. Al poco de llegar me hice amigo de una chica de unos 19 años, cuando teníamos tiempo libre, rara vez, echábamos largas partidas de ajedrez, otras veces jugábamos a los dardos con una vieja diana que había en uno de los pisos (y así de paso, mejorábamos nuestra puntería) y así, sin incidentes pasamos un mes, reconstruyendo, buscando supervivientes y tratando de volver a la normalidad dentro de lo posible, hasta que cierta noche…