miércoles, 25 de septiembre de 2013
Capitulo 6 "Salidas nocturnas: Primera parte" (Sujeto #1)
[Para leer el principio de la historia pincha AQUÍ]
Por las noches, el grupo se dividía en cuatro, ya que cuatro eran los áticos de los que disponíamos. En dos de ellos hubo que forzar la cerradura y hacer arreglos para mayor seguridad, otro de ellos pertenecía a Carlos y el otro a Manuel y María (mas adelante os hablaré de ellos) Aquella noche me tocaba guardia, junto con Carlos, Manuel, Alfonso y Jose, los cuales os presentare más adelante. Cada uno guardábamos un par de entradas, delantera y trasera, y dábamos vueltas por nuestros pabellones. Por el día, algunos se dedicaban a salir a por ayuda, comida o mas supervivientes, llevábamos dos o tres meses en aquella situación y nadie había visto a ninguna otra persona fuera del refugio… Ni ayuda, ni aviones, ni helicópteros… Nada. Aún éramos bastante los que se ofrecían a hacer guardias por los bloques, y empezamos a entrar en las casas de los vecinos que o seguían dentro, o estaban muertos, como siempre, la segunda opción era la más factible. De esa tarea normalmente nos encargábamos Sara, Alfonso y yo. Alfonso fue militar en sus tiempos jóvenes y nos enseño a abrir puertas con una ganzúa, destornillador y un poco de maña… Tenía que ser una buena pieza este tío en su época, pero aquello nos ayudó a encontrar algo que aún conservo, inservible ya por el paso del tiempo, pero que guardo con nostalgia. Una cámara de fotos Polaroid, de revelado instantáneo, gracias a ella ahora puedo mostraros algunas de las cosas más impresionantes que llegaréis a ver, estoy seguro. La encontré en un tercer piso, del bloque B, en el que yo residía, estaba guardada en una vieja caja en lo alto de un armario, como reliquia que era, con su funda y un buen puñado de carretes sin usar. No me serviría para sobrevivir pero siempre me había gustado la fotografía, aunque, lo que llegue a fotografiar con ésta en particular… No era nada agradable. Pero esta es mi misión, haceros llegar el mensaje, haceros ver lo que pasó y como conseguimos llegar hasta donde estamos ahora, tenedlo muy en cuenta.
Los días cada vez se hacían más
cortos, a las seis de la tarde era ya de noche y cuando no me tocaba guardia me
subía al ático que me asignaba María, la mujer de Manuel. Esa noche nos tocó
por casualidad (quiero pensar que fue simple casualidad) a Sara y a mí en el
mismo cuarto. No tranquilos, no pasó absolutamente nada. De hecho nos hicimos
inseparables, desde aquella noche, dormíamos en el mismo cuarto por sistema.
Ella me fascinaba, no alcanzaba a entender como estaba tan tranquila, tan
calmada, me transmitía esperanza y a la vez me rompía el corazón cuando la oía
llorar en sueños llamando a su familia o a su novio. Se despertaba sobresaltada
gritando muchas de las noches y me pasaba horas intentando calmarla. Hasta el
alma mas fuerte a veces se deshace en mil pedazos, pero no me importaba en
absoluto estar ahí para tranquilizarla. Una de las noches ocurrió algo fuera de
lugar. Siempre dormía con un ojo abierto, una buena o mala costumbre, según por
donde lo mires, que fui adquiriendo con el paso de las semanas, y después de mi
primer encontronazo con cinco caminantes, comprenderéis que no era capaz de
dormir a pierna suelta. Una de las decenas de veces que abría el ojo para
comprobar que todo estaba en orden vi que Sara no estaba en su cama.
Rápidamente me levante, me puse una sudadera, cogí la palanca de metal que me
dieron para las noches de guardia y registre la casa procurando no despertar a
nadie. Nada, todo el mundo estaba en sus habitaciones y no había ni rastro de
Sara. Entonces decidí salir del piso… Puta locura ¿A quién coño se le ocurre
salir en mitad de la noche con millones de esas mierdas rondando por ahí? Pues
a mí, y a Sara claro. Por mi mente pasaban cientos de explicaciones posibles
para su ausencia, pero ninguna lógica. Baje las escaleras (ocho pisos nada más
y nada menos) con la palanca metida en el cinturón a modo de espada y la
linterna de manivela en la mano. Al salir me encontré a Alfonso, uno de los que
hacía guardia. Le pregunté si había visto a Sara y me dijo que no, que no había
pasado ni un alma en toda la noche. Pregunte a Carlos, que estaba en la salida
Norte (Los bloques y los pisos se dividían de la siguiente manera:
Norte-“Bloque A”; Sur-“Bloque B”; Este-“Bloque C” y Oeste-“Bloque D”) Pregunté
a los otros y no obtuve nada en claro. Si es cierto que había que abarcar
bastante terreno entre sólo cuatro personas, y cabía la posibilidad de que se
hubiera escabullido en algún vaivén de alguno de los guardas. No sabía por
dónde había salido pero si como, estaba claro, todos teníamos llaves del portal
y de las entradas traseras. En cada reja que rodeaba el patio había dos salidas
por cada lado del cuadrado que era nuestra urbanización, así que pudo haber
salido por cualquiera. Hasta que caí en la cuenta…
Su novio, esa era la razón, estoy
seguro, cada noche gritaba su nombre en sueños y lloraba hasta volver a
quedarse dormida… Tenía que ser él, ya que su familia podría estar en cualquier
parte, en sus centros de trabajo, atrapados en algún túnel… Mil posibilidades.
El novio en cambio vive cerca de nuestro refugio. Joder… Abrí una de las
puertas, salí y la volví a cerrar con llave. Estaba todo muy oscuro, veía más
bien poco, además esa noche no había luna, solo nubes. Me acerqué a la esquina
donde estaba la pequeña tienda de ultramarinos, avancé hacia la derecha y me metí
en el soportal de la farmacia, vi la boca de metro, con el cierre metálico
echado. Y solo oía el viento y algún que otro aullido de caminantes. A simple
vista había cuatro, tres en la carretera y otro en mi misma acera, un poco más
abajo. Cogí la palanca de mi cinturón y sin pensarlo dos veces me lance a por
él. Le clave la punta en el ojo, me aparté justo a tiempo para que no me
salpicara el chorro de sangre virulenta que salió disparado hacia mi cara.
Cuando dejo de convulsionar ya en el suelo, le extraje la palanca, la limpie un
poco en su ropa y seguí mi camino. No sabía cuánto me llevaba Sara de ventaja,
pero tampoco podría anda muy lejos, seguramente no iba armada.
viernes, 20 de septiembre de 2013
Capitulo 5 "Presentaciones" (Sujeto #1)
[Para leer el principio de la historia pincha AQUÍ]
Debía de ser el mes de Noviembre, los árboles apenas tenían hojas y empezaba a hacer verdadero frío. Desde que empezaron a caer heladas, nos habíamos trasladado todos los supervivientes. Quedábamos 19 personas, perdimos a 4 hombres fuertes y valientes aquella fatídica noche que entro la pequeña Carol, ya transformada. Ya conocéis a algunos de nosotros: Carlos seguía al mando de la guardia y se encargaba de traer y almacenar los alimentos que tanto esfuerzo costaba encontrar. La pareja de ancianos, Martina y Domingo, Sara, mi inseparable amiga, pero, voy a presentaros algunos más:
Debía de ser el mes de Noviembre, los árboles apenas tenían hojas y empezaba a hacer verdadero frío. Desde que empezaron a caer heladas, nos habíamos trasladado todos los supervivientes. Quedábamos 19 personas, perdimos a 4 hombres fuertes y valientes aquella fatídica noche que entro la pequeña Carol, ya transformada. Ya conocéis a algunos de nosotros: Carlos seguía al mando de la guardia y se encargaba de traer y almacenar los alimentos que tanto esfuerzo costaba encontrar. La pareja de ancianos, Martina y Domingo, Sara, mi inseparable amiga, pero, voy a presentaros algunos más:
Os voy a hablar de Alba. Alba es
una mujer de 34 años, trabajaba en uno de los hospitales de la ciudad como
enferma y llevaba 5 años felizmente casada.
Dio la casualidad que el “Día D” ella
disfrutaba de sus vacaciones de verano, la llamaron del hospital para ir a
ayudar, ya que estaban todos los centros de salud colapsados por el extraño
virus que se propagaba por toda la ciudad. Tuvo la gran suerte de no poder ir
muy lejos, ya que su marido se había llevado el coche y el transporte público
hacia rato que había dejado de funcionar, intentó coger un taxi pero por poco
le muerden en el cuello varios caminantes que había por la zona. Rápidamente
subió a casa y cerró con llave. Estuvo intentando contactar con su marido para
pedirle que volviera al hogar cuanto antes, pensando que allí estarían a salvo
pero las líneas estaban colapsadas. Así que decidió, como todos los demás,
quedarse en casa a esperar. Dos o tres días después del colapso, Carlos llamó a
su puerta, eran vecinos y se conocían de las juntas y de algún encuentro
ocasional en el ascensor. La sacó de su casa y se la llevó con los demás
supervivientes al ático de Carlos, la zona más segura del edificio. Alba, era una mujer alta, 1,76 más o menos,
pelo rubio y ojos verdes, su cuerpo era un sinfín de curvas muy bien puestas,
era una mujer atractiva, de esas que te hacen sentir pequeño cuando te pones a
su lado. Tenía algo en la mirada que te quitaba la respiración, una voz
agradable y tranquilizadora y eso queridos lectores, nos ha ayudado más de una
vez cuando estábamos al borde del ataque de nervios. Aparte de ese don para
tranquilizar, era enfermera y eso fue un golpe de suerte. Ella se encargaba del
botiquín del grupo y de atender a los enfermos. Era una mujer fuerte y nos
contagiaba su fuerza.
Ya os he hablado con anterioridad
de Martina y Domingo, pero me gustaría profundizar un poco más en su historia.
Ya sabéis como son los ancianos, les encantaba contar sus historias de juventud,
y a mí y a Sara particularmente nos encantaba escucharles. Se conocieron cuando
sólo tenían 12 y 14 años. Martina era la hija del alcalde del pueblo donde
nacieron, su padre, también militar anteriormente, era un hombre rudo, de
antiguas costumbres y tenía muy mal genio. Enviudó cuando al nacer su hija, la
mujer falleció en el parto y se prometió a si mismo que siempre cuidaría de su
querida hija, a la que llamó como a su mujer, Martina. La joven Martina recibió una buena educación gracias a
su padre, que era gente de bien, estudió en la escuela del pueblo y ahí fue
donde conoció a Domingo, un rufián del campo que se dedicaba a escribirle
cartas profesándole amor eterno, y si amigos, antiguamente cuando conocías a
una mujer, te duraba para toda la vida, aunque estos dos jóvenes no lo tuvieron
nada fácil. Después de la escuela, el padre de Martina la mandó a estudiar a la
universidad de la ciudad, pero aun así, le prometió a Domingo que volvería para
casarse con él. Y así lo hizo, estudió magisterio para poder volver al pueblo y
dar clases en la escuela donde ella creció. Domingo había hecho grandes
trabajos y era reconocido en todo el pueblo por las muchas tierras que poseía,
así que teniendo 22 y 24 años, por fin pudieron casarse. El padre de Martina estaba
totalmente en contra y se opuso a la boda, así que los jóvenes tuvieron que
casarse a escondidas en la ermita del pueblo de al lado. Ya casados, se fugaron
a la ciudad y comenzaron su vida como marido y mujer.
Todos teníamos un papel en la
pequeña comunidad que habíamos creado, Martina también ayudaba la mujer, a sus
86 años, enseñaba a los más pequeños lengua, historia y matemáticas, y Domingo
nos enseñaba a plantar y a recolectar, lo cual nos ayudo a sobrevivir ya que
pasados los meses dispusimos de frutas y hortalizas de semillas que encontraron
nuestros valerosos hombres en sus salidas a por víveres. Aun así, Martina y
Domingo tenían miedo no poder aguantar los duros inviernos, ya que a su edad,
todo era más complicado para ellos. Se acercaba el frío y había que preparase
bien, ya no había calefacción, no había calentadores, solo nos quedaba el
fuego, y este, amigos, a veces no era un buen aliado…
miércoles, 18 de septiembre de 2013
Capitulo 4 "Sara" (Sujeto #1)
[Para leer el principio de la historia pincha AQUÍ]
CAPITULO 4
Después de aquella extraña noche todo cambió para
mi (sí, más aún) Empecé a hacer guardias nocturnas con los nuevos vigilantes
que, como yo, se ofrecieron voluntarios para cuidar el recinto por las noches.
Me dieron una especie de palanca para defenderme y un par de cuchillos de
cocina que llevaba guardados en un cinturón multiusos. Se me helaba la sangre
cuando me tocaba pasar la noche de guardia vigilando. Entre las rejas se les
veía, deambulando hacia Dios sabe qué, y de vez en cuando, alguno se acercaba
hacia nosotros atraído por algún ruido. Las noches que no me tocaba guardia,
las pasaba con Sara, jugábamos al ajedrez o a las damas, o contábamos historias
de antes de la pandemia. Me contó que estudiaba psicología en la universidad de
la ciudad, que en septiembre habría empezado su tercer año de carrera y que su
familia había desaparecido. Me comentó también que tenia pareja, que vivía unas
cuantas calles más al sur de nuestro barrio y que vivía con la esperanza de que
siguiese vivo. Me dijo que me había visto unas cuantas veces por la
urbanización, pero que le daba demasiado corte romper el hielo y comenzar una
charla, además, por aquella época, antes del “Día D”, me figuraba que sería de esas típicas chicas de bien, con
cientos de amigos con pasta, de discotecas de moda y vestidos de 100€. No era
mi tipo, ni yo tampoco el suyo, así que tampoco había razón para hablar
mientras subíamos el ascensor. Pero ahora que todos estamos al mismo nivel,
poco importaba el dinero que tuviese, el nivel de vida y demás tonterías.
Físicamente era espectacular, al menos para mi gusto, mediría alrededor de
1,65; pelo negro largo que habitualmente llevaba recogido con una coleta, ojos
verdes como esmeraldas, manos finas y blanquecinas, como su rostro, tenía cierta
gracia al hablar y ¡qué demonios! Era el puto apocalipsis, ¿Por qué no
fantasear?
Cada noche a eso de las 10 si no tenía guardia me
dejaba caer por casa de Sara o ella se dejaba caer por la mía, tenía una
guitarra acústica y algunas noches me pasaba horas tocando para ella. Sus
gustos musicales no coincidían mucho con los míos, pero le gustaba escucharme,
nos pasábamos horas y horas sin hablar, simplemente ella escuchaba y yo sacaba
notas de la guitarra. Cuando había muchas mierdas andantes cerca del perímetro
de seguridad, en lugar de tocar la guitarra charlábamos, hasta el amanecer, me
contaba que su padre era un jefazo de una compañía de automóviles en la ciudad
y su madre, como lo iba a ser ella, era psicóloga. También tenía un hermano
pequeño de 3 años, que haría 4 en Diciembre de ese año. La última vez que habló
con ellos ya había cundido el pánico en la ciudad y se encontraban metidos en
el coche, de camino a casa para recogerla y largarse de allí lo antes posible,
pero, como en mi caso, su familia nunca llegó a casa. Estuvo encerrada en casa,
llorando, intentando contactar con su familia y su novio, pero al final no
había red, no había línea y no había electricidad. Decidió salir por la misma
razón que yo, la falta de agua. Salió una semana antes que yo, se armó de valor
y se acercó a la zona común, por aquellas todavía deambulaban caminantes por
los pasillos y algunas escaleras, tuvo suerte de salir ilesa de aquella. Poco
después el equipo formado por Carlos y los demás hombres (cuatro de ellos ya
fallecidos en el incidente de la noche en que me hice vigilante) hicieron un
barrido general por todas las zonas, imaginaos como quedaron los soportales…
Algo así:
Aún quedan manchas rojas en el suelo y las
paredes, pero todo resto “humano” por llamarlo de alguna forma fue quemado para
evitar el contagio.
Pero volviendo a Sara; cuando se integró en la
comunidad de supervivientes del bloque, se instaló en casa de Martina y
Domingo, una pareja de ancianos que vivían en el octavo piso de uno de los
bloques. Para ellos era como su nieta, las primeras noches la oían llorar y
llorar, no pegaba ojo, se quedaba mirando el ventanal del salón de los ancianos
noche tras noche, esperando a que llegara alguna cara conocida a rescatarla de
toda aquella locura. Claro está, esperaba en vano. Poco a poco Sara fue
familiarizándose con los demás, ayudando en lo que podía, pasaba horas con los más
pequeños, ayudándoles a superar el vacío que habían dejado sus familiares
porque pensándolo bien, todos éramos huérfanos en aquella situación. Pero cada día éramos mas fuertes, cada dia superabamos constantes contratiempos y nos dejabamos la piel por seguir con vida. Todos teníamos ese pequeño algo que nos empuja a seguir adelante, ese sentimiento de ánimo que nos ayudaba a levantarnos, y para mi claro está, ese algo se llamaba "Sara".
lunes, 9 de septiembre de 2013
Capitulo 3 "Rojo tristeza" (Sujeto #1)
[Para leer el principio de la historia pincha AQUÍ]
Era una noche especialmente fresca, se notaba que el verano
estaba acabando y entraba el otoño, pero me pregunto -¿Importa eso ahora acaso?,
ya no existe el tiempo, aunque, todavía llevo el reloj que me regaló mi padre
por mis 16 cumpleaños, pero en realidad da igual la hora que sea…
Esa noche, me desperté sobresaltado por un ruido metálico,
vi el reloj y vi que eran cerca de las 2 de la madrugada. Me levante de la cama
y me acerqué a comprobar que mi puerta estaba bien cerrada. Los supervivientes
que quedábamos aún dormíamos en nuestras casas, pasábamos el día juntos
adecentando el lugar común para uso de todos, cenábamos en una gran mesa de
madera que se colocó en el jardín del patio, ya que aún hacía buen tiempo. Las
cenas se hacían eternas, nadie hablaba más de la cuenta, antes de irnos a
dormir a nuestras casas, repasábamos las reglas en caso de invasión y nos
marchábamos a dormir.
Después de cerciorarme de que todo estaba en orden, cogí los
prismáticos y me puse a observar el perímetro. Parecía todo en orden, vi a dos
o tres caminantes vagando por las calles principales y poco más, ya que sin
farolas se hacía más complicado. Normalmente dormía bastante tranquilo ya que
todas las noches había 4 hombres haciendo guardia por el perímetro. Volví a oír otro ruido metálico procedente de
mi bloque de pisos, abajo del todo, donde están las rejas que antiguamente
servían para que no se colasen los yonkis en invierno a drogarse y apalancarse
ahí, esas rejas que ahora tienen otra utilidad.
Intenté mirar con los prismáticos pero no conseguía ver
nada, pero algo no iba bien. Me senté en la cama pensando en qué hacer, se me
pasaron varias ideas por la cabeza, la primera de ellas; quedarme en casa y
meterme en la cama, la segunda; ir hasta la casa de Carlos para avisar de los
ruidos, y la última de todas; bajar yo mismo a comprobar que pasaba.
Nunca destaqué por mi sentido común, así que sin pensármelo mucho
más, cogí una de mis guitarras eléctricas (si, ya sé que puede parecer un
crimen, pero sin electricidad ya me diréis como iba a utilizarla) y bajé los 5
pisos que me separaban del portal. Abrí despacio la puerta que separaba las
escaleras del rellano, con la guitarra cogida a modo de bate de baseball. No
veía absolutamente nada, así que intentaba guiarme por el oído. A veces algún
destello provocado por la luna reflejándose en algún cristal me permitía vislumbrar
la sala. Con las prisas, no me llevé una linterna. Craso error. Pasé por el
hall y abrí una de las puertas que daba a la calle donde se encontraba la
parada de metro y la farmacia y me acerque a la reja justo para ver unas
coletas rubias desaparecer por la esquina: Se me paró el corazón, -“Carol”-
pensé.
Intente llamarla, a riesgo de atraer criaturas, pero tenía
que comprobar que: primero; fuese ella, y segundo; que estuviera viva. No sé
por qué mantenía la esperanza de que apareciesen cualquier día ella y su padre en
la ventana de su piso. Hacía, no sé, un mes o algo menos que habían desaparecido
y ahora de repente… -Serían imaginaciones
mías- pensé en su momento, así que
decidí darme la vuelta cuando oí otro ruido en el ala opuesta a donde estaba de
la urbanización. Volví a alzar mi “arma” y crucé el patio hasta las rejas del
otro lado y me encontré con una de las puertas metálicas que había intercaladas
en las rejas. Daba bandazos provocados por las primeras brisas otoñales,
haciendo chirriar las bisagras. Sin dudar pensé en ir a buscar a los hombres
que hacían guardia cuando de repente oí un gruñido detrás de mí. Por un segundo
me quedé paralizado, sabía lo que había detrás, sabía lo que me haría si no empezaba
a correr perdiendo el culo a ponerme a salvo. Armé la guitarra cogiéndola por
el mástil y dejando atrás de mi hombro el cuerpo de ésta, me di la vuelta
mientras soltaba el golpe hacia el caminante girando sobre mi izquierda,
atacando con todas mis fuerzas, cuando ya dado la vuelta frené en seco al ver a
la criatura… Gracias a uno de los
que hoy estamos vivos puedo recordar lo que me encontré esa noche, espero que el
dibujo os sirva de guía para recrear la escena que viví, a mi desde luego, me
sigue poniendo los pelos de punta… Ni que decir tiene que me dolió en el alma tener que reventarle una guitarra en la cabeza a esa pobre niña. Fue el primer caminante que "maté" por decir algo claro.
Pero no el último... Despues de sacar la guitarra, asitllada ya del cráneo de Carol, me dirigí a casa de Carlos a dar la alarma, ya no había rastro de los hombres que estaban de guardia y eso tenia pocas explicaciones, una de ellas claro está, es que ahora serían una de esas mierdas que muerden. Quizá el haber tenido que destrozarle la cabeza a aquella pequeña me hubiese cabreado hasta el punto de pasar de avisar al jefe y buscar a los guardias (o lo que quedase de ellos ) por mi cuenta. No deberían andar muy lejos, el recinto es grande pero no saben abrir puertas los muy imbéciles, eso me facilitaría encontrarlos.
El primero de ellos se acercaba hacia mi atraido por el sonido del golpe de antes, según se acercaba, cogí carrerilla y le estampe la guitarra de canto en la boca. Saltaron los dientes y noté como de paso rompía su nariz. Una vez en el suelo, le rematé con otro fuerte golpe en la cabeza. Ya sabéis, "Remata".
A los tres siguientes me los fuí encontrando a medida que avanzaba por el perímetro. Uno detras de otro, les hundí la cabeza y acabé lleno de sangre, la pinta de psicópata que debía de tener... Rápidamente despúes de acabar con ellos y dejarles fuera del recinto utilizando la puerta que estaba mal cerrada, subí a avisar a Carlos de las pérdidas de aquella noche, y de que, a partir de ahora, quería formar parte de la seguridad del edificio, y así fue como empezaría mi camino en la lucha contra estos seres...
El primero de ellos se acercaba hacia mi atraido por el sonido del golpe de antes, según se acercaba, cogí carrerilla y le estampe la guitarra de canto en la boca. Saltaron los dientes y noté como de paso rompía su nariz. Una vez en el suelo, le rematé con otro fuerte golpe en la cabeza. Ya sabéis, "Remata".
A los tres siguientes me los fuí encontrando a medida que avanzaba por el perímetro. Uno detras de otro, les hundí la cabeza y acabé lleno de sangre, la pinta de psicópata que debía de tener... Rápidamente despúes de acabar con ellos y dejarles fuera del recinto utilizando la puerta que estaba mal cerrada, subí a avisar a Carlos de las pérdidas de aquella noche, y de que, a partir de ahora, quería formar parte de la seguridad del edificio, y así fue como empezaría mi camino en la lucha contra estos seres...
lunes, 2 de septiembre de 2013
Capitulo 2 "¡SALIR!" (Sujeto #1)
CAPITULO 2
[Para leer el principio de la historia pincha AQUÍ]
Cada vez eran menos las personas que volvían a casa, y el día que más temía al fin llegó; apenas me quedaba comida y agua para sobrevivir… Ya os he contado lo reacio que era a salir, la puerta estaba echada con llave y cerrojo a pesar de que oía a gente subir y bajar, pisotones a todas horas, pero ¿quién me decía a mí que no eran ladrones? En fin, al final, salí. Miré por la mirilla antes de abrir la puerta, todo oscuro, pegué bien la oreja a la madera y no escuché ningún indicio de peligro. Parecía mentira… 7 años viviendo en ese edificio y no conocía a nadie, ya sabes, los simples “hola que hay” en el ascensor y poco más. El pasillo era más lúgubre de lo que recordaba, ayudándome con una de esas linternas de manivela con la que, la verdad, no veía más allá de mis pies, lo poco que pude ver del pasillo era que había manchas de sangre en las paredes y el suelo. Los ascensores por supuesto inutilizables y pensar en bajar 5 pisos a oscuras con aquellas cosas por ahí rondando… Pero bueno, ya era hora de conocer a mis queridos vecinos.
Cada vez eran menos las personas que volvían a casa, y el día que más temía al fin llegó; apenas me quedaba comida y agua para sobrevivir… Ya os he contado lo reacio que era a salir, la puerta estaba echada con llave y cerrojo a pesar de que oía a gente subir y bajar, pisotones a todas horas, pero ¿quién me decía a mí que no eran ladrones? En fin, al final, salí. Miré por la mirilla antes de abrir la puerta, todo oscuro, pegué bien la oreja a la madera y no escuché ningún indicio de peligro. Parecía mentira… 7 años viviendo en ese edificio y no conocía a nadie, ya sabes, los simples “hola que hay” en el ascensor y poco más. El pasillo era más lúgubre de lo que recordaba, ayudándome con una de esas linternas de manivela con la que, la verdad, no veía más allá de mis pies, lo poco que pude ver del pasillo era que había manchas de sangre en las paredes y el suelo. Los ascensores por supuesto inutilizables y pensar en bajar 5 pisos a oscuras con aquellas cosas por ahí rondando… Pero bueno, ya era hora de conocer a mis queridos vecinos.
El primer encuentro fue… ¿Cómo decirlo? Algo
“brusco”. Lo primero que vi fueron 4 hombres protegiendo las entradas al
recinto, dos puertas traseras y dos delanteras, aparte de la puerta del garaje,
que estaba fuertemente cerrada y sin electricidad… Complicado de abrir. Me
asaltó un hombre a los 3 segundos de pisar la zona común, que venía a ser un
jardín comunitario.
La zona donde estábamos residiendo como antes he
dicho, era un bloque de cuatro pisos con un patio en común, todo rodeado de una
verja metálica y fuerte que nos mantenía a salvo. En el centro del patio había
un jardín y una piscina comunitaria, que acabamos usábamos para guardar comida,
armas y víveres. No tranquilos, no penséis que teníamos ametralladores, bazucas
o granadas, nuestras armas eran cuchillos, palancas y hasta me pareció ver una
espada de esas con las que los novios cortan las tartas en las bodas... Parece de risa
¿verdad? Pues más adelante os contaré la historia de esa espada...
Después de contarle mi confinamiento al señor que
tenía puesto su cuchillo en mi garganta, y de enseñarle las extremidades de mi
cuerpo y el tórax para cerciorarse de que no me habían dado un mordisco y
estaba infectado, me presento al resto de las personas que a partir de ese día,
serían mi familia.
Quiero hablaros de la pequeña sociedad que
creamos, por así decirlo, los supervivientes y yo. Éramos unas 23 personas, al
mando, estaba Carlos, un hombre de unos
37 años de edad, con mas cojones que todos los demás juntos, era un líder nato,
tenía siempre la mente despejada y fría, listo para cualquier tipo de
inconveniente, por grande que fuese. Carlos junto con otros 6 hombres más salía
cada mañana arriesgando sus vidas para conseguir víveres, almacenarlos, y poder
resistir lo máximo posible. Había 11 mujeres y 12 hombres, contando niños y
niñas y ancianos.
Lo primero que hicimos los demás supervivientes
del bloque de pisos y yo fue picar los primeros escalones del portal, hasta una
considerable altura, ya que hacía años leí un libro que por aquella época se
denominaba ciencia ficción, y que, sin saberlo, me ha ayudado a seguir vivo y a
poder contaros esto. Los caminantes no pueden subir escaleras, su cerebro (o lo
que queda de él) no puede afrontar ese "desafío", otra cosa es que se
caigan sobre los escalones y se arrastren hacia arriba, o se apilen los
cadáveres y se haga una especie de rampa, así vi morir a una persona,
confiándose de la estupidez del caminante, al final logró atrapar su presa. Así
que ahora, el primer escalón, esta a casi un metro de altura, lo cual nos
protegía, o eso pensábamos, pero ya os contaré más adelante cuál fue nuestro
error.
De momento me sentía a salvo, tranquilo y lo más
feliz que se podía ser viviendo aquella situación, pero ahora al menos, había personas
con las que hablar, personas con las que compartir el día a día y era
reconfortante. Al poco de llegar me hice amigo de una chica de unos 19 años,
cuando teníamos tiempo libre, rara vez, echábamos largas partidas de ajedrez,
otras veces jugábamos a los dardos con una vieja diana que había en uno de los
pisos (y así de paso, mejorábamos nuestra puntería) y así, sin incidentes
pasamos un mes, reconstruyendo, buscando supervivientes y tratando de volver
a la normalidad dentro de lo posible, hasta que cierta noche…
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