miércoles, 25 de septiembre de 2013

Capitulo 6 "Salidas nocturnas: Primera parte" (Sujeto #1)



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Por las noches, el grupo se dividía en cuatro, ya que cuatro eran los áticos de los que disponíamos. En dos de ellos hubo que forzar la cerradura y hacer arreglos para mayor seguridad, otro de ellos pertenecía a Carlos y el otro a Manuel y María (mas adelante os hablaré de ellos) Aquella noche me tocaba guardia, junto con Carlos, Manuel, Alfonso y Jose, los cuales os presentare más adelante. Cada uno guardábamos un par de entradas, delantera y trasera, y dábamos vueltas por nuestros pabellones. Por el día, algunos se dedicaban a salir a por ayuda, comida o mas supervivientes, llevábamos dos o tres meses en aquella situación y nadie había visto a ninguna otra persona fuera del refugio… Ni ayuda, ni aviones, ni helicópteros… Nada. Aún éramos bastante los que se ofrecían a hacer guardias por los bloques, y empezamos a entrar en las casas de los vecinos que o seguían dentro, o estaban muertos, como siempre, la segunda opción era la más factible. De esa tarea normalmente nos encargábamos Sara, Alfonso y yo. Alfonso fue militar en sus tiempos jóvenes y nos enseño a abrir puertas con una ganzúa, destornillador y un poco de maña… Tenía que ser una buena pieza este tío en su época, pero aquello nos ayudó a encontrar algo que aún conservo, inservible ya por el paso del tiempo, pero que guardo con nostalgia. Una cámara de fotos Polaroid, de revelado instantáneo, gracias a ella ahora puedo mostraros algunas de las cosas más impresionantes que llegaréis a ver, estoy seguro. La encontré en un tercer piso, del bloque B, en el que yo residía, estaba guardada en una vieja caja en lo alto de un armario, como reliquia que era, con su funda y un buen puñado de carretes sin usar. No me serviría para sobrevivir pero siempre me había gustado la fotografía, aunque, lo que llegue a fotografiar con ésta en particular… No era nada agradable. Pero esta es mi misión, haceros llegar el mensaje, haceros ver lo que pasó y como conseguimos llegar hasta donde estamos ahora, tenedlo muy en cuenta.
Los días cada vez se hacían más cortos, a las seis de la tarde era ya de noche y cuando no me tocaba guardia me subía al ático que me asignaba María, la mujer de Manuel. Esa noche nos tocó por casualidad (quiero pensar que fue simple casualidad) a Sara y a mí en el mismo cuarto. No tranquilos, no pasó absolutamente nada. De hecho nos hicimos inseparables, desde aquella noche, dormíamos en el mismo cuarto por sistema. Ella me fascinaba, no alcanzaba a entender como estaba tan tranquila, tan calmada, me transmitía esperanza y a la vez me rompía el corazón cuando la oía llorar en sueños llamando a su familia o a su novio. Se despertaba sobresaltada gritando muchas de las noches y me pasaba horas intentando calmarla. Hasta el alma mas fuerte a veces se deshace en mil pedazos, pero no me importaba en absoluto estar ahí para tranquilizarla. Una de las noches ocurrió algo fuera de lugar. Siempre dormía con un ojo abierto, una buena o mala costumbre, según por donde lo mires, que fui adquiriendo con el paso de las semanas, y después de mi primer encontronazo con cinco caminantes, comprenderéis que no era capaz de dormir a pierna suelta. Una de las decenas de veces que abría el ojo para comprobar que todo estaba en orden vi que Sara no estaba en su cama. Rápidamente me levante, me puse una sudadera, cogí la palanca de metal que me dieron para las noches de guardia y registre la casa procurando no despertar a nadie. Nada, todo el mundo estaba en sus habitaciones y no había ni rastro de Sara. Entonces decidí salir del piso… Puta locura ¿A quién coño se le ocurre salir en mitad de la noche con millones de esas mierdas rondando por ahí? Pues a mí, y a Sara claro. Por mi mente pasaban cientos de explicaciones posibles para su ausencia, pero ninguna lógica. Baje las escaleras (ocho pisos nada más y nada menos) con la palanca metida en el cinturón a modo de espada y la linterna de manivela en la mano. Al salir me encontré a Alfonso, uno de los que hacía guardia. Le pregunté si había visto a Sara y me dijo que no, que no había pasado ni un alma en toda la noche. Pregunte a Carlos, que estaba en la salida Norte (Los bloques y los pisos se dividían de la siguiente manera: Norte-“Bloque A”; Sur-“Bloque B”; Este-“Bloque C” y Oeste-“Bloque D”) Pregunté a los otros y no obtuve nada en claro. Si es cierto que había que abarcar bastante terreno entre sólo cuatro personas, y cabía la posibilidad de que se hubiera escabullido en algún vaivén de alguno de los guardas. No sabía por dónde había salido pero si como, estaba claro, todos teníamos llaves del portal y de las entradas traseras. En cada reja que rodeaba el patio había dos salidas por cada lado del cuadrado que era nuestra urbanización, así que pudo haber salido por cualquiera. Hasta que caí en la cuenta…
Su novio, esa era la razón, estoy seguro, cada noche gritaba su nombre en sueños y lloraba hasta volver a quedarse dormida… Tenía que ser él, ya que su familia podría estar en cualquier parte, en sus centros de trabajo, atrapados en algún túnel… Mil posibilidades. El novio en cambio vive cerca de nuestro refugio. Joder… Abrí una de las puertas, salí y la volví a cerrar con llave. Estaba todo muy oscuro, veía más bien poco, además esa noche no había luna, solo nubes. Me acerqué a la esquina donde estaba la pequeña tienda de ultramarinos, avancé hacia la derecha y me metí en el soportal de la farmacia, vi la boca de metro, con el cierre metálico echado. Y solo oía el viento y algún que otro aullido de caminantes. A simple vista había cuatro, tres en la carretera y otro en mi misma acera, un poco más abajo. Cogí la palanca de mi cinturón y sin pensarlo dos veces me lance a por él. Le clave la punta en el ojo, me aparté justo a tiempo para que no me salpicara el chorro de sangre virulenta que salió disparado hacia mi cara. Cuando dejo de convulsionar ya en el suelo, le extraje la palanca, la limpie un poco en su ropa y seguí mi camino. No sabía cuánto me llevaba Sara de ventaja, pero tampoco podría anda muy lejos, seguramente no iba armada.

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