miércoles, 2 de octubre de 2013

Capitulo 7 "Salidas nocturnas: Segunda parte" (Sujeto #1)


[Para leer el principio de la historia pincha AQUÍ]



Sara… ¿Dónde coño estás Sara? No dejaba de preguntármelo, la oscuridad se ponía en mi contra ya que no veía a mas de tres metros por delante de mí, si veía algo moverse podía ser una rama, un caminante o a saber qué, pero nunca era Sara. Sabía más o menos en que zona vivía su novio pero desconocía el bloque, el piso etc. etc. Sería dar palos de ciego, y no era seguro andar por ahí a aquellas horas. Joder aquello era una locura, había abandonado el refugio para buscar a alguien que no quería ser encontrado. Estaba perdido entre coches abandonados, cadáveres despedazados, cristales por todos lados, era la jungla. Bajando un poco mas por la misma calle escuché un ruido debajo de un puente por el que antiguamente pasaba por encima el tren de cercanías. Me acerqué un poco mas tratando de divisar algo cuando, sin querer, me acerqué tanto que se me echaron encima cuatro caminantes. Uno a uno y con algo de distancia entre ellos es fácil matarles, o rematarles mejor dicho, ya sabéis que estaban muertos, pero cuatro tan juntos… Llamadme cobarde, pero salí pitando de allí. Tuve que dar un rodeo bastante grande para poder seguir mi camino, esquive cuatro o cinco caminantes más que andaban por la acera de la izquierda y logre bordarlos como pude entre los matorrales, intentando no atraer su atención. Anduve un poco más hacia abajo y volví a cruzar la calle, escondiéndome entre los coches para no llamar la atención de los muertos. La cosa se complicaba, había como unos veinte muertos andando en varias direcciones y me cerraban el paso. Si corría hacia ruido, si no corría, moría. Conseguí esquivarlos a todos matando solo a dos de ellos, mismo proceso, palanca en el ojo y tirar, sencillo. Seguí por la calle, buscando por los portales cuando oí algo que me aterró. Decenas de aullidos al unísono, montones de caminantes amontonados unos encima de otros de cara a uno de los portales… Sara… Eche a correr hacia ellos y me puse a gritar como loco, no paraba de correr y gritar, la mayoría de ellos comenzaron a seguirme, pero había todavía cinco en torno al portal. No pude divisar si Sara estaba o no escondida allí, si habría conseguido colarse entre los barrotes y entrar saltando la verja hasta que oí gritar mi nombre: Era ella, Sara estaba viva, “por favor que no la hayan mordido” pensaba una y otra vez mientras uno a uno me iba cargando a esas cosas. Ya solo quedaban los cinco que seguían intentando dar caza a Sara a través de los barrotes, había dos muy juntos, uno al lado del otro, le clave al de la derecha la palanca en la sien y atravesé a los dos del golpe. Los otros tres que estaban en el suelo simplemente les estampé la bota en el cráneo. Cuando pasó todo, Sara saltó la valla que nos separaba y me abrazó, fue un abrazo largo, con ternura, de esos que al recordarlos te da un escalofrío por el cuerpo. Hasta el instante antes de que me tocara estaba furioso, muy cabreado, pero fue sentir su aliento en el cuello y me calmé… No quería romper aquel momento pero estábamos a merced de a saber cuántos caminantes, me separé de ella despacio, la cogí la mano y echamos a correr hacia el refugio. Habría represalias y muy duras, a ella por salir y a mí por seguirla. ¿Quién me mandaría a mí…? Cuando llegamos estaba medio amaneciendo, ya clareaba un poco por el horizonte, nada más entrar me topé con Carlos, que me lanzó una mirada de rabia que jamás había visto en él. Nos hizo pasar y vi que también estaba Alba, la habían despertado por si llegábamos con heridas. Alba llevó a Sara a uno de los áticos y cuando eché a andar detrás de ellas Carlos me agarró del brazo y me llevó al jardín de la urbanización. No recuerdo con exactitud que me dijo, pero no le faltó un ápice de razón. Fui un inconsciente, que hubiera tenido suerte una vez no significaba que la fuera a tener siempre, al fin y al cabo tenía sólo dieciocho años… No podía hacer grandes cosas como ellos, no era fuerte ni tenía un cuerpo atlético, fumaba desde los quince años y no podía correr más de cien metros sin que se me saliese un pulmón. Tenía que empezar a madurar, a ser coherente y centrarme en lo prioritario. Aquella noche aprendí una lección importante. No estoy sólo, pedir ayuda no es de cobardes. Siempre recordare estas palabras que me dijo Carlos aquella madrugada, gracias a ellas hoy estoy vivo.

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